viernes, 17 de mayo de 2013

Que tiempos aquellos.....


Mi padre trabajaba en una tintorería que estaba en la calle Nápoles y de Lunes a Sábado, se iba    a trabajar en bicicleta, apenas sabía leer y escribir, pero se las arreglaba para controlar una lavadora automática que lavaba en seco, fue una de las primeras que hubieron en Barcelona.
Con cinco o seis años me llevaron a mi primera escuela que se llamada Liceo  Cataluña a la cual asistía mi hermano Francisco y él era el encargado de llevarme y traerme cada día. Mi hermano se hartaba cada día de darme pescozones para que fuese más rápido sino llegábamos tarde y a él , le reñían, a esta escuela mis padres se encargaban de la limpieza, era la forma de pagar la escuela, cuando yo tenía cinco o seis años, no sé porque,  una tarde nos pusieron a todos los alumnos en una clase muy grande todos apretujados y nos hicieron una representación del oeste americano, la cual ni yo ni mi hermano pudimos acabarla de ver, pues a mí me entró un dolor de barriga que no me podía esperar para ir al lavabo, se lo dije a mi hermano y él me dijo que aguantase pues no podíamos salir, le insistí pero no hubo manera, y entonces se me soltó la barriga y la olor llegaba a siete u ocho metros a nuestro rededor por lo que todos los niños nos miraban y se tapaban las narices, tuvimos tanta vergüenza que tuvimos que salir deprisa aguantando las quejas y risas de todos, y yo con la mano aguantándome el culo para que no saliera la mierda del pantalón corto que llevaba, por suerte a la salida nuestro padre nos estaba esperando con su bicicleta y al ver lo que pasaba me sentó en el porta paquetes de detrás y hala andando para casa yo creo que ese día es el que he pasado más vergüenza de toda mi vida. Una vez en casa mi madre me metió en el lavadero y a cenar que no pasa nada.                              
Un día de verano por ese tiempo más o menos, estaba jugando con mis amigos a tirar una pelota pequeña entre unas hierbas altas que había en un solar sin edificar, el juego consistía en tirarla lo más lejos posible y haber quien la encontraba primero,  y ahí voy yo entre los primeros para cogerla y cuando más o menos creí que estaba, me tiré con los brazos extendidos hacia  donde creí que podía estar, y sí ahí estaba la pelotita pero delante de ella había un culo de una botella roto, que no se veía por las ramas y me lo clavé en la palma de la mano entre los dedos índice y corazón de mi mano izquierda, la cicatriz todavía la conservo, dolor no me causó, pero sangre a raudales, me la tapé con mi pañuelo y entonces pensé en la paliza que me esperaba en casa, pues bien cerré mi mano apretando el pañuelo y a casa a cenar, nadie me dijo nada de porque estaba comiendo y cogiendo el vaso de agua, el pan y lo que fuese con una sola mano, incluso un trozo de sandía que había de postre. A la hora de dormir fui  al lavabo me limpie la herida y me la volví a tapar con otro pañuelo al día siguiente ya no me sangraba, solo procuraba no hacer nada con ella hasta que se cerrase por sí misma, a mi madre se lo conté cuando ya estaba cerrada y me metió bronca por no habérselo dicho que me hubiese llevado a la farmacia, yo le dije: “porque no quería que me castigaras”. Al día siguiente me llevó a la farmacia, me lo miraron y le dijeron que estaba bien, pero que no lo volviese a hacer, porque se podía haber infectado y tener problemas. Yo estaba contento porque todos los niños de la calle me miraban de otra manera por lo valiente que había sido y me hacían caso cuando jugábamos y yo estaba contento por tener esa cicatriz.