Mi padre trabajaba en una
tintorería que estaba en la calle Nápoles y de Lunes a Sábado, se iba a trabajar en bicicleta, apenas sabía leer
y escribir, pero se las arreglaba para controlar una lavadora automática que
lavaba en seco, fue una de las primeras que hubieron en Barcelona.
Con cinco o seis años me
llevaron a mi primera escuela que se llamada Liceo Cataluña a la cual asistía mi hermano
Francisco y él era el encargado de llevarme y traerme cada día. Mi hermano se
hartaba cada día de darme pescozones para que fuese más rápido sino llegábamos
tarde y a él , le reñían, a esta escuela mis padres se encargaban de la
limpieza, era la forma de pagar la escuela, cuando yo tenía cinco o seis años,
no sé porque, una tarde nos pusieron a
todos los alumnos en una clase muy grande todos apretujados y nos hicieron una
representación del oeste americano, la cual ni yo ni mi hermano pudimos
acabarla de ver, pues a mí me entró un dolor de barriga que no me podía esperar
para ir al lavabo, se lo dije a mi hermano y él me dijo que aguantase pues no
podíamos salir, le insistí pero no hubo manera, y entonces se me soltó la
barriga y la olor llegaba a siete u ocho metros a nuestro rededor por lo que
todos los niños nos miraban y se tapaban las narices, tuvimos tanta vergüenza
que tuvimos que salir deprisa aguantando las quejas y risas de todos, y yo con
la mano aguantándome el culo para que no saliera la mierda del pantalón corto
que llevaba, por suerte a la salida nuestro padre nos estaba esperando con su
bicicleta y al ver lo que pasaba me sentó en el porta paquetes de detrás y hala
andando para casa yo creo que ese día es el que he pasado más vergüenza de toda
mi vida. Una vez en casa mi madre me metió en el lavadero y a cenar que no pasa
nada.
Un día de verano por ese tiempo
más o menos, estaba jugando con mis amigos a tirar una pelota pequeña entre
unas hierbas altas que había en un solar sin edificar, el juego consistía en
tirarla lo más lejos posible y haber quien la encontraba primero, y ahí voy yo entre los primeros para cogerla y
cuando más o menos creí que estaba, me tiré con los brazos extendidos
hacia donde creí que podía estar, y sí
ahí estaba la pelotita pero delante de ella había un culo de una botella roto,
que no se veía por las ramas y me lo clavé en la palma de la mano entre los
dedos índice y corazón de mi mano izquierda, la cicatriz todavía la conservo,
dolor no me causó, pero sangre a raudales, me la tapé con mi pañuelo y entonces
pensé en la paliza que me esperaba en casa, pues bien cerré mi mano apretando
el pañuelo y a casa a cenar, nadie me dijo nada de porque estaba comiendo y
cogiendo el vaso de agua, el pan y lo que fuese con una sola mano, incluso un
trozo de sandía que había de postre. A la hora de dormir fui al lavabo me limpie la herida y me la volví a
tapar con otro pañuelo al día siguiente ya no me sangraba, solo procuraba no
hacer nada con ella hasta que se cerrase por sí misma, a mi madre se lo conté
cuando ya estaba cerrada y me metió bronca por no habérselo dicho que me
hubiese llevado a la farmacia, yo le dije: “porque no quería que me castigaras”.
Al día siguiente me llevó a la farmacia, me lo miraron y le dijeron que estaba
bien, pero que no lo volviese a hacer, porque se podía haber infectado y tener
problemas. Yo estaba contento porque todos los niños de la calle me miraban de
otra manera por lo valiente que había sido y me hacían caso cuando jugábamos y
yo estaba contento por tener esa cicatriz.